Trump de apoyar la versión actualizada de la polémica iniciativa de Ley RAISE de los senadores Tom Cotton y David Perdue, que busca reducir la inmigración legal a la mitad en un lapso de 10 años, ha sido vista unánimemente por las voces progresistas como una herida auto infligida no solo para la prosperidad de Estados Unidos sino una bofetada a los valores tradicionales de este país hospitalario con los perseguidos y los vulnerables.
Históricamente la política migratoria de Estados Unidos ha estado predicada en una filosofía que busca un equilibrio entre las legítimas necesidades de reunificación familiar, de un flujo ordenado y constante de mano de obra para la economía y de benevolencia hacia aquellos que enfrentan situaciones de riesgo en sus países de origen.
Es verdad que ese equilibrio ha sido más una aspiración que una realidad, como lo demuestra el hecho de que no ha habido una reforma migratoria mayor desde 1986, a pesar de que todos los economistas coinciden que el Estados Unidos requiere no solo de los trabajadores altamente calificados para el pujante sector de la tecnología, sino también la mano de obra de quienes trabajan en el campo o la construcción o los servicios.
Pero la iniciativa RAISE no parece tener la intención de remediar las insuficiencias existentes, incluidos los rezagos crónicos que hacen que muchos inmigrantes mexicanos esperen más de dos décadas para traer a sus familiares, sino apuntalar una falsa narrativa donde los inmigrantes, con o sin documentos, aparecen como los villanos de los males económicos y sociales de Estados Unidos.
En lugar de exacerbar las tensiones sociales de Estados Unidos se deberían buscar soluciones integrales y sensatas que resuelvan los problemas estructurales de la problemática migratoria. Una manera de empezar es resucitando las propuestas de reforma migratoria que buscaban un balance entre las necesidades de las familias y de la economía, y de los valores fundacionales del país.
Pero este entuerto es un recordatorio adicional, de que las elecciones tienen consecuencias y que nuestro voto, o nuestro ausentismo a la hora de votar, tiene un impacto real en nuestro presente y en nuestro futuro. Acaso es algo en lo que deban reflexionar los más de 12 millones de latinos que, por alguna causa, decidieron no votar en las elecciones presidenciales del 2016, a pesar de ser elegibles.
Es claro que la iniciativa de los senadores Republicanos Cotton y Perdue tiene pocas posibilidades reales de aprobación en el Congreso, pues se espera reciba una férrea oposición no solo de los senadores Demócratas liderados por Charles Schumer, sino de senadores Republicanos moderados como Lindsay Graham.
Pero es una llamada de atención para la comunidad de inmigrantes en general y para los latinos en particular, de que no existen elecciones irrelevantes y que debemos no solo estar atentos a la conversación política nacional, sino participar activamente tanto a la hora de votar como al momento de frenar cualquier iniciativa o política que atente contra nuestros intereses más preciados.
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