De pronto, de todo el verde del parque
se ha retirado un algo, no se sabe qué:
se le siente acercarse más a las ventanas
y estar callado. Tan sólo, fervoroso y fuerte,
suena desde el ramaje el pájaro chorlito;
se piensa en un San Jerónimo:
tanto se elevan la soledad y el ardor
de esta única voz a quien el aguacero
escuchará. Las paredes de la sala
se nos han alejado, con sus cuadros,
como si no debieran oír lo que decimos.
Refleja el desteñido empapelado
la luz incierta de las tardes
en que, de niño, se tenía miedo.
Rilke