En mayo pasado, cuando un simpatizante de Donald Trump sugirió en uno de los eventos políticos del presidente en Florida, disparar contra los inmigrantes de las caravanasc entroamericanas, el presidente estadounidense en lugar de condenar el comentario, lo coronó con una broma colectiva: “Uno sólo puede salir con eso en el Panhandle”, dijo en alusión a la zona geográfica de la Florida que semeja el mango de un sartén.
El presidente pareció no recordar que, apenas un año antes, Florida fue el escenario de una de las masacres escolares más sangrientas en la historia del país, cuando el desquiciado adolescente Nikolas Cruz de 19 años asesino a 17 de sus compañeros en la Escuela Preparatoria Marjory Stoneman Douglas. A la sensibilidad presidencial le pareció que no era necesario condenar expresiones de violencia irracional.
Desde su primer acto como aspirante a la Casa Blanca en 2015, cuando nos colocó a los mexicanos como chivos expiatorios de los problemas de Estados Unidos, llamándonos violadores y traficantes de drogas, la descalificación de las personas de color ha sido una de las armas políticas favoritas del ahora presidente de los Estados Unidos.
Cada vez que Trump habla de “invasiones” o “infestaciones”, lo hace en referencia a personas de color, como las 4 legisladoras demócratas a las que invitó a regresar a sus países de origen, a pesar de que tres de ellas nacieron en los Estados Unidos, o como cuando atacó al legislador afroamericano Elijah Cummings.
Sorprende la indignación de la Casa Blanca cuando dos aspirantes presidenciales demócratas responsabilizan a Trump por la masacre en el Wal-Mart de El Paso, Texas, a pesar de que un “manifiesto” del presunto atacante utiliza un lenguaje similar al del presidente cuando se refiere a la “Invasión hispana” de Texas, un concepto que denota la ignorancia suprema del autor del mamotreto.
Los datos duros son claros. Los reportes de crímenes de odio aumentaron un 17% durante el primer año de la presidencia de Trump, y en un 24% contra los hispanos. En los condados donde Trump realizó mítines políticos, los reportes de crímenes de odio han incrementado en un 266% en comparación con aquellos condados de tamaño similar donde el presidente no ha hecho acto de presencia.
Leyendo desde un teleprompter, el presidente salió al paso en la masacre de El Paso asegurando que el país debe condenar el racismo y la supremacía blanca. Encomiables palabras, pero carentes de trascendencia si no van acompañadas de contenido concreto.
Trump debe ahora encabezar moralmente una campaña contra el extremismo doméstico y por mayores controles a las armas de fuego. Es la única forma de mostrar que aprendió su lección, que sea o no sea racista, tiene el liderazgo para representar los mejores valores de este país y no sus peores instintos.
Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
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