Agentes montados de la Patrulla Fronteriza embistieron con sus caballos a un pequeño grupo de inmigrantes indocumentados, empobrecidas familias haitianas que buscaban cruzar el río Grande desde México, en busca de asilo en Estados Unidos, tierra de migrantes.
En las inmediaciones del incidente, otro agente fronterizo, con un látigo en la mano, jaloneaba de su playera a un joven inmigrante de color, que caminaba descalzo en la ladera de una colina para intentar ingresar a territorio estadounidense en busca de refugio.
Las imágenes son perturbadoras. Un grupo de frágiles seres humanos tratando de ser acorralados como animales. Entre el pequeño grupo de migrantes haitianos había mujeres y menores de edad con una altura que apenas rebasaba las patas de los caballos.
Al igual que las imágenes de un agente fronterizo mexicano en Chiapas, que pisoteó la cabeza de un inmigrante haitiano para intentar frenar su ingreso a territorio mexicano, es imposible no sentirse conmocionado por el trato cruel que otros seres humanos pueden infringir a algunos de los más vulnerables entre nosotros.
Es verdad que todos los países gozan del derecho de preservar la integridad de sus fronteras y de definir la política migratoria que refleje sus intereses nacionales. Pero el respeto a los derechos humanos es una prerrogativa universal y nadie tiene autoridad para violarlos sin pagar las consecuencias, morales y legales.
Las primeras reacciones de los gobiernos de Estados Unidos y de México eran necesarias: realizar una investigación de los incidentes, denunciar las acciones de sus agentes como aberraciones y deslindar responsabilidades. Si los agentes fronterizos en los dos incidentes no actuaron por órdenes superiores, o sus acciones no formaban parte de ningún protocolo oficial, deben ser separados de sus cargos.
Las escenas son lamentablemente sólo la punta de un Iceberg migratorio que sigue creciendo. Otros 12,000 inmigrantes, la mayoría haitianos, continúan hacinados debajo del puente internacional en Del Rey, Texas. Estados Unidos puso en marcha su repatriación, pero devolverlos a su país de origen no representa una solución duradera para el problema.
Y Estados Unidos sigue enviando mensajes contradictorios al mundo. La verdadera solución al problema del desplazamiento migratorio tiene que ver con mejorar las condiciones de vida en los países expulsores de migrantes, pero también en que existan rutas realistas para migrar legalmente a Estados Unidos.
Bajo ciertas categorías de visas, la migración legal de Estados Unidos hacia México por parte de ciudadanos mexicanos puede demorar más de 100 años.
Y justo cuando la posibilidad de una reforma migratoria estaba más cerca que nunca, un tecnicismo parlamentario impidió llevarla a votación.
Estados Unidos se ufana de su excepcionalismo. Pero poco de qué presumir mientras mantenga una política migratoria que permite que millones de trabajadores esenciales indocumentados pongan la comida en nuestra mesa y vivan como personas de segunda, sin rutas para regularizarse, y que no adopte una política humanista y digna para quienes busquen refugio.
Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
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