La era Biden se adelantó 24 horas. Un día antes de asumir el poder, Joe Biden y Kamala Harris encabezaron una emotiva ceremonia a los pies de Abraham Lincoln. En el mismo lugar que Martin Luther King conmovió a la nación en 1963, el nuevo presidente honró la memoria de los 400,000 seres humanos que perdieron la batalla ante el COVID.
Se trató en mi opinión de una poderosa metáfora de la transición entre el fin de una época de oscuridad, al inicio de un nuevo amanecer en el horizonte. Donald Trump, el presidente de la polarización y la discordia, era desplazado ante los ojos del país y del mundo por el presidente de la empatía y la esperanza.
De religiosidad profunda, Biden extendió al día siguiente un ramo de olivo a dos personajes en la esquina contraria de la geografía política e ideológica, el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell y su líder en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy. Los invitó a orar juntos, en un templo católico. Aceptaron.
El mensaje silencioso de Biden, ratificado en su discurso posterior al asumir la presidencia al mediodía del 20 de enero, fue clarísimo: Sólo en unidad es posible superar los grandes retos nacionales: la pandemia, a la crisis económica y la amenaza del extremismo doméstico.
Pero la transición también dejó al descubierto que no será fácil desmantelar el legado de la era Trump. El amurallamiento de la ciudad de Washington y el despliegue de cristales blindados tanto en el monumento a Lincoln como en la colina del Capitolio, con un recordatorio potente de la división del país.
Es un hecho que Biden recibe al país más dividido desde la Guerra Civil, una palabra que preocupantemente se encuentra cada vez más en el vocabulario de los grupos militantes de derecha que siguen creyendo que Trump es el presidente legítimo y Biden un usurpador.
Pero la tarea de unificar al país no sólo le corresponde a la clase política sino a la sociedad en su conjunto.
Las 200,000 banderas que ondeaban sobre el Mall, el Paseo Nacional, nos recuerdan que sólo unidos podemos vencer a la pandemia. De allí que tiene sentido la petición de Biden a que TODOS nos pongamos las mascarillas en los siguientes 100 días. Debemos hacerlo por sentido común, pero también por respeto a los demás.
Es posible que las imágenes de la inauguración presidencial terminen por ser el espejismo de una luna de miel de corta duración. En más de una ocasión los intereses políticos personales o de grupo han prevalecido sobre el interés nacional.
Pero los gestos de Biden sugieren que está dispuesto a invertir el capital político necesario y apostar por el inicio de una era de reconciliación, y a que los símbolos se materialicen en políticas que cubran los huecos de desigualdad que se profundizaron para muchos a raíz de la pandemia, incluida una reforma migratoria integral que se merecen nuestros héroes esenciales y anónimos.
Para más información visita www.laredhispana.com
Por José López Zamorano
Para La Red Hispana