Hace 103 años, la humanidad confrontó la amenaza de la pandemia de “flu” de 1918-1919 que contagió a una tercera parte de la población mundial y dejó un saldo letal de hasta 50 millones de personas, unas 675,000 de las cuales murieron en los Estados Unidos. Pocos recuerdan al presidente estadounidense de aquella época, Woodrow Wilson, por haber liderado al país en esos tiempos aciagos.
Pero si el presidente Joe Biden logra que el país supere la pandemia de COVID-19 y además consigue la entrada en vigor de su masivo plan de infraestructura de 3 millones de millones de dólares, es muy probable que los libros de historia lo acrediten como el líder político que logró salvar al país del caos sanitario y de una crisis económica.
Por supuesto eso no quiere decir que la mención honorífica en las enciclopedias de historia esté asegurada. Aunque Biden haya decidido que el combate a la pandemia y el impulso económico son las dos más altas prioridades de su administración, el desenlace depende en gran medida de factores fuera de su control: las reglas sanitarias de los 50 estados del país y el comportamiento individual de más de 300 millones de residentes de los Estados Unidos.
A poco más de un año de los primeros casos identificados en los Estados Unidos y a pesar de que se han administrado más de 143 millones de dosis de las vacunas, se ha registrado en la última semana un aumento de 12% de casos a nivel nacional, a pesar de un incremento sistemático de la elegibilidad para la vacunación. Sólo un estado, Michigan, reportó un alza de 57% de nuevos casos y un repunte de más de 47% en hospitalizaciones.
En cuanto al plan de infraestructura de la Casa Blanca, su arquitectura refleja dos áreas bien delimitadas. El primer edificio alberga iniciativas tradicionales para detonar inversiones y creación de empleos en carreteras, puentes, transportación, acceso a Internet y energías “verdes”. El segundo contiene programas sociales cómo garantizar ayuda mensual a familias de bajos ingresos y acceso gratuito a los colegios públicos comunitarios, entre otros.
La estrategia es más o menos clara: La Casa Blanca y los demócratas buscarían un consenso bipartidista para construir el primer edificio y, de ser necesario, arrollarán a los republicanos para aprobar la construcción del segundo inmueble de políticas sociales, tal como lo hicieron para aprobar el masivo paquete de alivio por la pandemia de COVID-19, a través del proceso de reconciliación legislativa que requiere sólo de mayoría simple en el Senado.
Por supuesto la gran pregunta es cómo se va a financiar un masivo paquete de infraestructura sin generar nueva deuda. La respuesta es más o menos clara: con un alza de impuestos, especialmente a las empresas y a las familias más adineradas. La Casa Blanca ha dejado en claro que ninguna familia con ingresos menores a $400,000 anuales debe esperar incremento en sus impuestos federales.
Si el presidente Biden logra cerrar esa pinza sanitaria y económica, lo menos importante será su cédula en los libros de historia, sino haber logrado evitar una catástrofe de proporciones históricas y haber creado las condiciones para aliviar la desigualdad y la pobreza que han sido profundizadas por la pandemia. Es una deuda moral que todos debemos ayudar a saldar.
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Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
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