Como cubano y como persona a la que le ha tocado emigrar, me conmueven profundamente las historias de personas que han arriesgado su vida huyendo de condiciones económicas, sociales o escenarios de guerra que para muchos son inimaginables.
Desde mis compatriotas fallecidos en aguas del Caribe intentando llegar a Estados Unidos o México, hasta los más recientes casos de haitianos y venezolanos cruzando por el tapón del Darién, hay historias verdaderamente dantescas de miedo, muerte, terror, pero también; los más nobles gestos de ayuda y amor por ese acompañante de travesía con el que hay un punto en común: la travesía de un infierno en la tierra.
Cada historia es particular. Detrás de cada emigrante hay una familia rota, un sueño por cumplir, un deseo de aspirar a una mejor condición de vida, un deseo de encontrar el bienestar. En honor a ello y aunque no estemos de acuerdo con exponerse a los peligros, es bueno aclarar que no somos quienes para juzgar las decisiones de los demás.
Y digo esto porque he leído con tristeza como muchas personas hablan en redes sociales desde el más puro desconocimiento, que quienes huyen de sus países de esa forma lo hacen por moda. Solamente una persona que está mal de la cabeza se expondría a la posibilidad de no sobrevivir a ese tipo odiseas por “moda”.
No todas las personas tienen la posibilidad de comprar un pasaje de avión. Incluso, en lugares como Venezuela, es complicado obtener un documento de identidad. Y ni hablar de los procesos de visado que deben pasar para cruzar por Centroamérica.
Todas y cada una de esas variables juegan en contra de quienes deciden arriesgarse de esa manera, y son condiciones que solo alguien con miopía podría obviar. Seamos empáticos.
Si verdaderamente nos preocupan las vidas de estas personas, entonces centremos nuestros esfuerzos en hablar con nuestros allegados sobre los peligros de hacer este tipo de viajes, especialmente cuando se emprenden con niños pequeños. Ayudemos a esparcir la voz sin tomar una posición de juez, porque no lo somos.
Sumemos voluntades para exigir a los gobiernos de la región una solución eficaz para que, quienes decidan emigrar por tierra, puedan hacerlo sin seguir arriesgando la piel. Dejemos de ver el dedo que apunta hacia el sol.
Por Ismael Cala
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Periodista, escritor, productor, presentador de radio y televisión.