POR ISMAEL CALA
@CALA
Viajar es mucho más que desplazarse de un lugar a otro. Es un acto de
transformación, una oportunidad para expandir nuestra perspectiva y para
conectar, no solo con paisajes desconocidos, sino también con las historias, los
corazones y las culturas que habitan en ellos. En un mundo que a veces parece
empeñado en enfatizar nuestras diferencias, viajar se convierte en una
herramienta poderosa para descubrir lo que realmente nos une.
Cuando dejamos atrás nuestra zona de confort, también abandonamos las
etiquetas que cargamos sin darnos cuenta. Nos abrimos a escuchar nuevas
voces, a comprender realidades distintas a las nuestras, y a maravillarnos con
las pequeñas cosas que tienen un significado profundo para otros. Cada viaje
es un recordatorio de que, aunque los idiomas, las costumbres y las tradiciones
varíen, los anhelos humanos son universales: amor, seguridad, pertenencia y
propósito.
Mi más reciente visita a Bali con un variopinto grupo de personas de distintas
latitudes, me ha hecho pensar que viajar nos enseña a conectar desde la
curiosidad y la empatía. Cuando compartimos una comida con alguien que
apenas conocemos o nos unimos a una conversación en un idioma que
dominamos a medias, algo mágico sucede. Nos despojamos de nuestras
armaduras cotidianas y nos permitimos ser vulnerables, auténticos. En esas
interacciones, aprendemos que cada encuentro tiene el potencial de dejarnos
una enseñanza, de mostrar un nuevo matiz de lo que significa ser humano.
Las conexiones que forjamos mientras viajamos no siempre son con otras
personas; a menudo, son con nosotros mismos. Al caminar por una calle
empedrada que respira historia, al escuchar el rumor de un río que ha sido
testigo del tiempo, o al perdernos en el inmenso azul de un horizonte
desconocido, sentimos una paz que a veces olvidamos en el bullicio de
nuestras vidas diarias. En esos momentos, nos reencontramos con nuestra
esencia y recordamos lo pequeño que somos frente a la inmensidad del
mundo, y lo conectados que estamos con él.
Viajar también es una invitación a ser embajadores de nuestras propias
historias. Cada vez que compartimos nuestra cultura, nuestros valores y
nuestras tradiciones con quienes encontramos en el camino, sembramos
semillas de entendimiento y respeto mutuo.
Cada vez que regresamos a casa con nuevas perspectivas y experiencias,
enriquecemos no solo nuestra vida, sino también la de quienes nos rodean.
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