Históricamente Estados Unidos casi siempre se ha sentido cómodo y animado combatiendo al “enemigo externo”: el comunismo, la amenaza de las drogas. Pero tradicionalmente ha sido menos entusiasta cuando se trata de combatir las disfunciones internas, en especial la amenaza real del terrorismo doméstico violento.
En 2009, un analista del departamento de seguridad Nacional, Daryl Johnson alertó sobre el resurgimiento del extremismo violento de derecha en Estados Unidos, como resultado de la elección del primer presidente afroamericano en la historia del país, de la crisis financiera y del colapso del mercado de valores.
El análisis fue filtrado a medios conservadores en lo que desató una oleada de indignación entre los republicanos, que en ese momento demandaron de la entonces Secretaría de Seguridad Interna, Janet Napolitano, que rescindiera el reporte y despidiera al intrépido analista que se atrevió a sugerir la existencia de una amenaza interna dentro del país.
En 2017, Johnson lamentó que el Departamento de Seguridad Interna haya cedido a las presiones y que el trabajo relacionado con el extremismo violento de extrema derecha haya sido puesto en suspenso, que se haya acabado con el entrenamiento de agentes en esa especialidad y que su propia unidad de análisis haya sido desmantelada.
La ocupación del Capitolio federal por simpatizantes de Donald Trump el 6 de enero y la nueva revelación del director del FBI Christopher Wray en el sentido que existen alrededor de 2000 investigaciones relacionadas con el terrorismo doméstico en los Estados Unidos, dan la razón a Johnson.
No es que el ex analista de seguridad nacional tuviera una bola de cristal. La realidad del extremismo doméstico, que ha sido documentada sistemáticamente por el Southern Poverty Law Center (SPLC) durante décadas, estaba a la vista. Simplemente es más conveniente identificar y combatir a un enemigo externo, que el enemigo que se encuentra dentro de tu propia casa.
En la página de Internet del SPLC cualquiera puede ver el mapa de Estados Unidos marcado por puntos blancos de la distribución geográfica de los 838 grupos de odio –nazis, ku klux klan, supremacistas– que monitorea la organización todos los días. Uno puede enterarse por ejemplo que en el año 2000 monitoreada a 599 grupos. En 2011, en medio de la presidencia de Obama, el número de grupos rastreados llegó a su nivel más alto, con un total de 1,018.
Más de la mitad de todos los crímenes de odio reportados en Estados Unidos, corresponden a ataques relacionados por motivaciones raciales o étnicas en 2018. Es una terrible paradoja que en la era COVID-19, las minorías de color no sólo son las más desproporcionalmente afectadas por el Coronavirus, sino también por la pandemia del extremismo violento.
Ha pasado casi una década desde la advertencia lanzada por aquel analista sobre el resurgimiento del extremismo violento de extrema derecha. Es de esperarse que los sucesos del 6 de enero sean un parteaguas y que el país haga esa mirada introspectiva que tanto necesita para empezar a ver y neutralizar a los enemigos internos.
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Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
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