“Precisamos aprender a desprendernos del oleaje de la soberbia, si queremos apagar juntos el odio y la sinrazón”.
Nada es imposible a los ojos existenciales, es nuestro deber ser operantes para liberarnos del mal, practicar la justicia y enmendar situaciones verdaderamente atroces. Tampoco es cuestión de combatir, sino de resistir y de extender el espíritu del bien para que reine la verdad en la vida; y, por ende, la armonía. Al tiempo, y con urgencia, destronemos las guerras de nuestra mirada, poniendo el corazón en todo lo que hacemos. Fortalezcamos los vínculos familiares, universalicemos los sistemas de salud y educación, ejemplaricemos nuestras actuaciones, conjugando el buen hacer con el mejor obrar. Activemos, por otra parte, las sinergias necesarias para enfrentar los desafíos en un momento de fuerte crisis global. Tengamos en cuenta, que a todos nos afecta todo. Personalmente, pienso, que es exactamente aquí donde hay que poner el acento y ser más solidarios; lo que conlleva, políticas fuertes de protección social, centradas en las necesidades de las personas.
Lo que está claro, que no es viable vivir en una isla, sin inmutarse por nada ni por nadie. Nos hemos globalizado. Necesitamos entendernos y comprendernos. Además, fuera adoctrinamientos y más libertad, el porvenir es nuestro; y, como tal, hemos de hacerlo posible, reconociendo que únicamente la certeza aporta sosiego a nuestro paso. Indudablemente, tiene que cesar el huracán de la tensión, con campos más abiertos y equitativos, donde puedan sustentarse a las personas a través de empleos decentes como parte de sistemas productivos sostenibles, pero también con actitudes conciliadoras que hagan desaparecer este sentimiento de rencor, y así poder responder al aluvión de maldades con el abrazo desprendido. Desde luego, precisamos aprender a desprendernos del oleaje de la soberbia, si queremos apagar juntos el odio y la sinrazón. Realmente, ningún ser camina por sí mismo. Por eso, hay que dejar de darse bofetadas unos a otros y hermanarse con sentimientos más éticos y menos inmorales.
Sin duda, tenemos que cultivar otras estéticas y sumergirnos en el hacer continuo. Seguramente haríamos más tareas si pensásemos que son muchas menos las imposibles que las posibles. El potencial de lo hacedero radica en algo tan fácil como la creencia de que es posible algo y, para ello, hay que forjarlo cierto. ¡Cuántas veces hemos sentido el desánimo de abandonarlo todo! Debiéramos saber, por consiguiente, que tan solo en un mundo de personas sinceras es factible la unión. Sin unidad, no hay desarrollo alguno, por más que lo intentemos. Sabemos, al mismo tiempo, que una cuarta parte de la humanidad vive hoy en lugares afectados por conflictos. Quizás tengamos que activar los acuerdos, concebirlos admisibles, en un camino de desapego de lo mundano y de orientación conjunta, mediante el diálogo y la negociación. De lo contrario, la violencia se injertará colectivamente como una de las mayores pesadillas vivas y persistentes del planeta.
En consecuencia, debiéramos tener presente, que la venganza es un recibo cruel, en la medida en que es el desprecio de toda reparación practicable. Esta es la verdadera situación que tenemos también que corregir. Podernos hacerlo y hemos de realizarlo. Querer es poder. Lo insostenible no puede continuar. Fuera el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes. Somos ciudadanos de acción y de palabra. Jamás desfallezcamos. Hagamos de los principios un valor sin fronteras. Comencemos por uno mismo, que de un espíritu justo nace el sosiego más absoluto. Venzamos la indiferencia y activemos la cultura del cuidado como camino de quietud. Nada es irrealizable. Aquí abajo, todos podemos contribuir a realizar el memorándum del mejor sueño, el de la concordia entre moradores, pues todo en el fondo reside en el respeto de los derechos humanos. Claro que la paz es posible y, al mismo tiempo, necesaria; tan solo hay que servir a la verdad y, sin miedo alguno, consolidar el deseo de fraternizarse.
De ahí lo significativo que es hacer, con todo el alma y con toda la mente, la aceptación a las diversas culturas. En efecto, al reconocer el valor del encuentro, no únicamente cruzándonos con las personas, sino parándonos con ellas y escuchándolas, acompañándolas en la soledad y conduciéndolas a no sentirse solas. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a cultivar la indiferencia. Al fin y al cabo, cualquiera de nosotros, más pronto que tarde, sufrimos alguna necesidad en nuestra historia. Como ciudadanos del mundo hay que implicarse, hacer frente a las falsedades con hechos, a la ignorancia con educación y a la pasividad con compromiso. Muchas veces trabajamos el recuerdo de hechos salvajes, sin embargo no denunciamos el resentimiento y el deseo de venganza. Es cierto que no podemos negar el pasado, pero para remodelar el futuro, quizás tengamos que comenzar por repensar las transformaciones con las que soñamos, que no pueden ser el poseer, ni el excluir, ni tampoco el acumular; sino el compartir, contribuir y distribuir. ¡Hagamos lo posible, aunque nos parezca imposible!
HAY QUE EJERCITAR LA PENITENCIA
(Cada cual consigo mismo debe conciliar miradas para volver al Salvador y, además ha de sentir el verso divino en el verbo humano, haciendo oír las plegarias en íntima unión con la cruz de Cristo, para la reconciliación de todos los penitentes).
I.- ESCUCHAR LA VOZ VIVA DE CRISTO
En la voluntad mística del Creador,
germina la recreación a la creación,
el júbilo de Dios cimentado en luz,
la dicha de quien nos ha concebido,
para la vida y una vida en plenitud.
Animados por el andar del Señor,
y reanimados por el soplo celestial;
vamos tejiendo acordes allá arriba,
y destejiendo el mal de aquí abajo,
pues el bien es lo que nos hace ser.
Contemplando al vivo Crucificado,
siguiéndolo con tenaz convicción,
conseguimos advertir que está ahí,
en camino con nosotros cada día,
sólo hay que acogerlo para sentirle.
II.- CRISTO TIENE SED DE NUESTRO AMOR
La pasión del Redentor fue firme,
en sus marchas abrigó el esfuerzo;
se percibió sediento para saciarnos,
y se hizo pobre para enriquecernos,
volviéndose mortal para acogernos.
Como un Padre bueno y sensible,
anhela para nosotros todo el don;
esta bondad emerge de él mismo,
encarnado como sol que nos guía,
para hacernos el acceso más dócil.
Dejémonos ir por quien nos ama,
abandonemos nuestras miserias,
reconduzcamos nuestros andares,
que sea el apego místico del aire,
el que nos aclare y nos esclarezca.
III.- A LOS PIES DE CRISTO RECONCILIADOR
Con el Unigénito todo se concilia
y se reconcilia, hasta armonizarse,
venciendo con la muerte en la cruz,
y convenciendo con la gran verdad,
a las metas del mal que nos lapidan.
Hay que reconocerse arrepentido,
salir de estos lenguajes mundanos,
abrirse a los espacios del donarse,
y hacer corrección de uno mismo,
para poder rehacerse como espíritu.
La renovación viene de lo sublime,
surge con el gozo de la enmienda,
germina de levantarse tras la caída,
florece con el retorno al Altísimo,
en comunión y en unión fraternal.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor