La emergencia global del coronavirus se ha convertido en apenas unos meses en el mayor reto de la humanidad. Pero esta gran crisis de salud pública del nuevo milenio tiene también el potencial de convertirse en un parteaguas, en una oportunidad única para repensar nuestras conductas individuales y colectivas, lo mismo como seres humanos, como comunidades, instituciones o países.
Sin ignorar el trágico saldo humanitario de las decenas de miles de muertes, las incontables secuelas médicas o psicológicas, o los desempleados, la pandemia debe también dejarnos lecciones que aceleren un cambio social positivo, en nuevas políticas públicas, especialmente en salud, en la reordenación de prioridades en el gasto público y una mayor coordinación internacional.
El Día de la Tierra que celebramos este 22 de abril era una excelente oportunidad para empezar a repensar de manera idealista un nuevo orden global, inspirado en principios de colaboración y asistencia recíproca, en el progreso ambiental como herramienta de sustentabilidad y equidad tras el desplome de los precios del petróleo, y en el reconocimiento del papel que juegan los trabajadores esenciales en nuestros países.
Si bien es cierto que hemos sido testigos de ejemplos aislados de cooperación internacional para confrontar la pandemia, la semana de la Tierra transcurrirá mayormente como una oportunidad perdida. Peor aún, lo que vemos en el caso de Estados Unidos es “más de lo mismo”, con el anuncio del presidente Donald Trump de una Orden Ejecutiva para suspender temporalmente la migración a los Estados Unidos.
El despliegue retorico de los migrantes como chivos expiatorios de los problemas de los Estados Unidos no es nuevo, y no sorprende que resurjan en la narrativa de la Casa Blanca en momentos que la popularidad presidencial ha sufrido un serio revés: dos terceras partes de los estadounidenses creen que Trump respondió muy lentamente a la pandemia, de acuerdo con un sondeo del Centro Pew.
El supuesto resorte que movió al presidente estadounidense fue la necesidad de proteger empleos en Estados Unidos, donde más de 22 millones de personas han solicitado ayuda por desempleo. Si algo ha demostrado la pandemia del Covid-19 es que este país requiere más que nunca de la mano de obra para actividades esenciales que en muchos casos recaen en trabajadores migrantes.
Desde un punto de vista de salud pública, los contagios comunitarios del Covid-19 ya ocurren dentro de Estados Unidos y el gobierno federal ya ha adoptado restricciones no sólo de viajes desde China o Europa, sino también desde México o Canadá. Aún durante la pandemia de la influenza española en 1918, Estados Unidos no impidió la llegada de extranjeros.
Se trata pues de una decisión de corte político en un año electoral, con la aparente intención de entusiasmar y movilizar a quienes creen que los migrantes son los villanos de la película. Suspender la migración no resolverá el problema, lo que se requiere es priorizar recursos en salud, tratamientos, una vacuna y pruebas, y más pruebas. Lo demás son cortinas de humo.
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Por José López Zamorano
Para La Red Hispana