Una breve mirada a las tradiciones y creencias de la tribu shuar.
En las selvas de Perú y Ecuador vive un pueblo indígena amazónico considerado el más numeroso en la zona. Esta tribu, conocida como shuar, fue una de las pocas que resistieron ante la llegada de los españoles durante la conquista.
Lo que aterró de ellos a los europeos no fue ni siquiera lo que representaba el nombre que les dieron: “jíbaros” (forma castellanizada para referirse a un hombre-salvaje), si no sus oscuras tradiciones relacionadas a defenderse de sus enemigos. Por todo el mundo hay tribus que cortaban las cabezas a sus oponentes, pero los jíbaros se las hicieron más pequeñas.
“Siempre les han tenido respeto a los espíritus de la selva creyendo que habitan en las cascadas o los ríos. Creen en la reencarnación, en la que los espíritus de sus antepasados nacen de nuevo como sus hijos o nietos.” (Billy Otiniano, Unsplash)
Esta tribu actualmente tiene contacto con la civilización moderna, pero conservan algunas de las características que más los definían en el pasado.
Su territorio no está totalmente delimitado. Antiguamente ni los incas ni los españoles lograron controlar sus tierras. Fue en 1599 cuando lograron expulsar a los españoles, imponiéndose con valentía.
En la actualidad su territorio se demarca por el número de familias que habitan en la zona y son protegidos por las autoridades. Se dedican a la ganadería y agricultura, pero están siendo amenazados por la expansión de la industria petrolera, minera e industrial.
Desde sus orígenes, los shuar son sencillos y evitan portar atuendos costosos, prefieren vestir su ropa tradicional. Mantienen la costumbre de plantar sus mismos alimentos como la yuca, papa, camote, palma de chonta, maní, maíz y plátano. Se ayudan a mantenerse también con actividades como la ganadería, pesca y recolección de frutos.
Tienen la creencia de que su diosa Nunkui usa sus poderes para hacer crecer las plantas. También, creen que seres superiores están relacionados con la creación del mundo, la vida y la muerte. Siempre les han tenido respeto a los espíritus de la selva creyendo que habitan en las cascadas o los ríos. Creen en la reencarnación, en la que los espíritus de sus antepasados nacen de nuevo como sus hijos o nietos.
¿Por qué tenían la tradición de reducir cabezas?
Esta práctica ancestral cargada de simbolismo y espiritualidad requería de precisión, habilidad y paciencia. Para ellos, matar a su enemigo no era suficiente si no tenían una forma de asegurarse de que no serían reencarnados como uno de los descendientes de la tribu enemiga.
Por ello, destruirlos no era suficiente, necesitaban esclavizarlo para que no pudiera hacerles daño, así que se apoderaban de su espíritu encerrándolo dentro de su propia cabeza: “tzantsa” (cabeza reducida). Al atrapar el espíritu en la cabeza, el shuar ganó el control de sus enemigos. Cortaban la cabeza y luego la reducían a una mínima parte de su tamaño original.
Los Shuar hacían un corte en la parte trasera y arrancaban la piel del cráneo. Quitaban ojos, músculos y grasa, cerrando con espinas los orificios por donde pudiese escapar el espíritu maligno. La piel la cocían por aproximadamente media hora en agua de río, encima de una fogata, sin que hirviera para no correr el riesgo de que se desprendiera piel o cabello.
Para cuando sacaban la piel del cuenco caliente, la cabeza ya estaba reducida a una tercera parte. Con la piel reducida armaban un tipo de bolsa y manipulaban los rasgos con piedras calientes de gran tamaño y luego las hacían más pequeñas. Al final usaban arena caliente para llenar totalmente los huecos a donde era difícil tener acceso y así la cabeza terminaba en una quinta parte de su tamaño original.
En las selvas de Perú y Ecuador vive un pueblo indígena amazónico considerado el más numeroso en la zona.(@jamieserrano/Unsplash)
Como último detalle reemplazaban las espinas con el que cerraban los ojos y la boca, frotaban con ceniza la piel de la “tzantsa” (oscureciendo su tonalidad) y la decoraban con conchas, plumas, caparazones de escarabajos, entre otros. Para llevarlas consigo como un talismán, hacían dos agujeros en la parte superior y así podían colgarlas en su cuello con una cuerda.
El poder del talismán duraba entre año y medio o dos años, perdiendo su efecto de protección al notar malas cosechas, poca fertilidad en sus mujeres o hallarse con poca comida, así que consideraban que ya no tenía relevancia continuar con la “tzantsa” y las comenzaban a intercambiar por otros objetos con los viajeros y exploradores europeos que llegaban a sus tierras.
Actualmente, a pesar de los cambios que la civilización occidental les ha hecho, los shuar siguen honrando y respetando sus raíces indígenas.
(Traducido y editado por Mario Vázquez. Adaptado al español por Rafael Prieto)