La pregunta no es un acto de provocación en la temporada política, sino una invitación a reflexionar sobre un dato que aparece de manera frecuente en el perfil de la comunidad latina: que tenemos en nuestro ADN una inclinación natural por la conservación del medio ambiente.
Es verdad que algunos latinos cargamos en nuestro equipaje una relación orgánica con la naturaleza: en muchos países sigue enraizada en nuestra cultura la medicina naturista, el viaje decembrino por el árbol de Navidad, la búsqueda de especias, hongos comestibles o arreglos decorativos en nuestros bosques.
Quienes provenimos de zonas rurales apreciamos el valor de nuestros espacios verdes: son la fuente de nuestro sustento, las inspiraciones de nuestras canciones y oraciones, el lugar donde transcurre lo mejor de nuestras vidas y la morada de nuestro descanso final. En otras palabras, los seres humanos somos uno sólo con la naturaleza.
Pero nuestro tránsito a las ciudades con frecuencia nos aleja de nuestros orígenes. Nuestro contacto con los bosques se convierte en un matrimonio de ocasión, gobernado más por la ocurrencia y el capricho que por una esfuerzo metódico y habitual de reconectarnos con la naturaleza para recargar el espíritu.
Hago esta reflexión a propósito de un artículo que me permitió redescubrir el valor trascedente de la conservación ambiental y apreciar aún más todo lo que nos obsequia la naturaleza y renovar mi compromiso con la conservación ambiental.
Sólo en el Pacifico Noroccidental, más de 85,000 personas visitan los bosques públicos para cosechar o recolectar productos especiales forestales para su uso personal. Hablamos de flores, materias primas medicinales, productos comestibles, hongos, especias, así como arbolitos de Navidad, arreglos decorativos y muchas cosas más,
El valor comercial de los productos comerciales especiales es de más de 190 millones de dólares anuales en esa región, pero su importancia es mucho más que eso: Son una parte integral de las tradiciones culturales de miles de familias.
Y lo más sorprendente para mí fue saber que muchas de las personas que visitan estos bosques podan los árboles, fertilizan los arbustos, erradican las hiedras invasoras, reforestan con plantas nativas y usan el fuego para regenerar el terreno. Es una imagen que llena de orgullo y esperanza.
Con frecuencia pensamos que la belleza, la riqueza y la limpieza de nuestros bosques es un acto natural, pero la realidad es que es el resultado deliberado de las acciones individuales de muchas personas, que hacen posible no sólo que permanezcan en su mayor esplendor estético y productivo.
No puedo pensar en una mejor manera de ponerle contenido concreto a la inclinación natural que como latinos tenemos por la naturaleza. Muchos ya adquirimos el hábito del reciclaje cotidiano de nuestros desperdicios. Ahora es un buen momento de dar un paso más para ser “conservadores” de tiempo completo.
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15 de noviembre de 2024
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