La violencia política siempre ha estado presente en la vida de la democracia estadounidense.
Dos presidentes (Abraham Lincoln y John F. Kennedy) fueron asesinados en funciones, al igual que un candidato presidencial (Robert F Kennedy) y uno más (Ronald Reagan) fue víctima de un atentado que estuvo a punto de costarle la vida.
El reciente atentado fallido contra Donald Trump durante un acto de campaña en Butler, Pennsylvania, se suma a esa reprobable lista de actos de violencia.
Más allá de las discrepancias políticas o ideológicas, tiene razón el presidente Joe Biden cuando afirma que, en este país, como en todos, las diferencias se dirimen en las urnas, con votos, no con balas.
Todo acto de violencia sea física o verbal, debe ser absolutamente condenable. No debe haber espacio para recurrir a esa forma extrema de protesta.
Pero al mismo tiempo, los propios políticos deben ser cuidadosos en su discurso y en sus acciones para no incitar acciones barbáricas de personas inestables o ideologizadas. Esto es particularmente importante en los Estados Unidos, donde se ha registrado en los últimos años, un incremento en las organizaciones racistas y supremacistas.
La retórica de odio y el discurso del encono no deben tener cabida en el discurso político contemporáneo ni en Estados Unidos ni en ningún país. Lamentablemente seguimos escuchando expresiones divisivas que en nada abonan a una convivencia política pacífica.
Es de aplaudirse que tanto el presidente Biden como el expresidente Trump hayan hecho un llamado a la unidad nacional. Es un recordatorio de que, a pesar de las diferencias, son más las cosas que nos unen que las que nos separan a quienes vivimos en los Estados Unidos.
A 4 meses de las elecciones del 5 de noviembre, vale la pena insistir que ninguna forma de violencia tiene lugar en nuestra sociedad democrática.
La piedra angular de la democracia es el intercambio pacífico de ideas, basado en el respeto mutuo. Cuando los desacuerdos políticos escalan hasta convertirse en amenazas o actos de violencia, erosionamos el tejido mismo de nuestra democracia. Esta tendencia no sólo es peligrosa sino también profundamente antiestadounidense.
Las raíces de la violencia política suelen ser complejas e implican agravios profundamente arraigados, desinformación y falta de confianza en las instituciones.
La buena noticia es que podemos poner nuestro granito para evitar que el problema escale fuera de control.
Los medios de comunicación y las plataformas sociales tienen un papel fundamental que desempeñar. La información responsable y la moderación pueden ayudar a reducir las tensiones y prevenir la propagación de una retórica incendiaria.
La educación también desempeña un papel fundamental a la hora de abordar las raíces de la violencia política. Promover la educación cívica y fomentar el pensamiento crítico puede ayudar a las personas a discernir la verdad de la información errónea y apreciar el valor del discurso pacífico.
Al condenar la violencia política, afirmamos nuestro compromiso con los principios de democracia, justicia y respeto mutuo. Así honramos los ideales sobre los que se fundó este país y garantizamos un futuro democrático y pacífico para todos.
Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
www.laredhispana.com
Más de Red Hispana: ¿Qué temas van a definir el voto latino en noviembre?