Se despertó un día cualquiera, de esos a los que todos estamos tan acostumbrados. Sintiéndose un poco agripada, pero dejándose llevar por el sentido de responsabilidad tan arraigado en ella, Nicole se va a la escuela. Al caer la tarde, sus fuerzas se habían debilitado y llamó a su padre, la gripe la sentía muy a fondo y un ligero cosquilleo acariciaban sus piernas. Su padre la busca y le da unas pastillas para aliviar el dolor, se duerme, sin saber que estaba próxima a vivir una de las mayores pesadillas que un ser humano pudiera pasar.
A las dos de la mañana se levanta por un fuerte dolor de cabeza y ahí empieza una historia que pocos creeríamos que pudiera suceder, mucho menos a ella, Nicole, una adolescente de 17 años, con el mejor promedio de la escuela, llena de salud y vitalidad, con toda una vida por delante, estudiar arquitectura, viajar, hacer una familia. Ah, pero la vida le tenía otro destino, uno negro y cruel, uno totalmente inimaginable, pero también, ella, Nicole, que no lo sabía en ese momento, le tenía a la vida una respuesta, una actitud, una fe, que tampoco la vida está acostumbrada a encontrar.
A esa hora, dos de la mañana, trata de levantarse y se cae de la cama, no lo entiende, piensa que tal vez ha seguido aún dormida, ya completamente despierta lucha incansablemente con mover sus piernas, pero le es imposible. Sin poderse mover, ya la desesperación se apodera de ella y empieza a gritar y a llorar. Sus padres, en el otro cuarto, aun soñolientos, piensan que tal vez su hija ha tenido alguna pesadilla, sin saber la pesadilla que le esperaba a toda la familia. Su padre, va a consolarla y se enfrenta con casi lo peor que le puede pasar a un padre. ¡Su hija no puede mover sus piernas! No piensa, no razona, rápidamente la adrenalina fluye por todo su cuerpo y en lo único que piensa es en socorrer a Nicole. Se le olvida las hernias de su espalda y carga sobre ella a su hija para bajar las escaleras, la lleva a una clínica del lugar donde residían.
En la clínica, los doctores estupefactos y faltos de experiencia la devuelven a su casa como si nada, pero ella sigue sin poder caminar, así que sus padres deciden llevarla a una clínica más moderna, la cual quedaba a dos horas y media del lugar. En el camino, Nicole se pone soñolienta y en cada despertar va sintiendo poco a poco como todo su cuerpo se paraliza, se apaga, hasta llegar a no sentir más que su brazo izquierdo. De la misma manera, se van apagando todas las esperanzas entre sus padres y solo la desesperación y mortificación los inunda. ¿Qué está pasando? ¿Un tumor en el cerebro? ¿Una meningitis? Qué le está pasando a nuestra hija por Dios, se preguntan, solo la fe y la esperanza los acompañan, cuando lleguemos a una buena clínica, ellos la atenderán, eso piensan.
Llegan en la madrugada y el diagnostico se oscurece, pues no saben lo que pasa. Pruebas vienen y van y mientras tanto el cuerpo de Nicole se sigue paralizando y con él la mente y el espíritu de sus padres y de todos los que la rodean. Gracias a Dios, un doctor se imagina el terrible diagnostico “Mielitis Transversa”. Una enfermedad desconocida por la mayoría de nosotros y que les puede dar a todos, no importa edad, credo o país. Pero mientras el diagnóstico es confirmado, se le empieza a tratar con los medicamentos adecuados, sin embargo el cuerpo de Nicole sigue sin responder.
En ese momento, nadie puede tranquilizar a sus padres, la única que pudo sacarlos del estado de desesperación fue la misma Nicole. ¿Cómo pudieran ellos o sus familiares, con el gran sufrimiento y mortificación que sentían, competir con la gran sonrisa de Nicole, con la actitud de Nicole, con la esperanza de Nicole, y sobre todo con la gran determinación y disciplina de Nicole? ¿Cómo se puede competir con eso?
Recuerdo, como tía, que le pregunte: ¿Qué piensas? Y me contestó: ¿Qué más tía que seguir hacia adelante? Sus palabras fueron como un arcoíris en mi tormentosa existencia, y en ese momento entendí que si había una cura o alguna esperanza de su enfermedad, Nicole la encontraría, solo un espíritu indomable como el de Nicole puede conseguir eso.
Ya el diagnostico era infalible, ahora tenían que esperar a ver como se iba recuperando, solo el 33 % de los casos de Mielitis Transversa pueden volver a caminar, pues lo que hace la enfermedad es que afecta la espina dorsal. Esa nube negra se volvió más oscura, y de repente, su tía Rita, una mujer que no conoce fronteras, y habiendo pasado ella misma por muchas nubes grises, nos habla de una última esperanza, el Centro de Mielitis del Hospital John Hopkins y el Instituto Kennedy Krieger (KKI) en Baltimore, MD.
Pero gracias a la curiosidad de Rita, nos enteramos de que este instituto hacia maravillas, lo que nos impactó de entrada fue su video donde dice “el pensamiento tradicional es que los pacientes no serán capaces de recuperarse y son enseñados a funcionar en su silla de ruedas, nuestro pensamiento es diferente, nosotros creemos que los pacientes se pueden recuperar y restaurarse para conseguir movilidad y sensaciones”.
De inmediato nos pusimos a realizar todas las gestiones para ingresarla en el KKI, pero antes de esto, todavía Nicole se tiene que ingresar en el Centro de Mielitis del Hospital John Hopkin donde conoce al Dr. Pardo, un brillante médico de origen Colombiano, que la interna y le hace lo que se llama “un lavado de plasma”, para limpiar a Nicole de toda la enfermedad. El Dr. Pardo y todo su equipo empiezan a darle esperanzas a toda la familia.
Luego de terminar el tratamiento médico, se dirige al KKI con una maleta cargada de positivismo, buena voluntad y sobretodo con una disciplina digna de cualquier atleta. Y ahí empieza sus terapias, más de 6 horas diarias, con los aparatos más modernos que se pudieran imaginar. Ahí le enseñan a ser autosuficiente y la enseñan a adaptarse a su nueva realidad. Luego de meses de arduo entrenamiento, de tener que estar sola, sin sus padres, con visitas sólo los domingos, de tener que madurar aceleradamente, un día inesperado, ¡Nicole vuelve a caminar!, las lágrimas vuelven a llenar todos nuestros rostros, pero esta vez de alegría y agradecimiento a Dios, al Dr. Pardo y al Instituto Kennedy Krieger.
En este momento damos gracias a Dios por su existencia, por ser el solo que resplandece en la oscuridad de sus pacientes y de su familia. A la vez, sabemos que mantener todo su equipo y el amigable y entrenado personal es muy costoso y es por esto que hacen actividades para recaudar fondos, una de ellos es la carrera de 5 kilómetros, donde Nicole caminó junto con su terapeuta.
Es un centro que necesita la ayuda de todos, así que bendiga su espina dorsal y vaya ahora mismo a aportar por el mantenimiento de este Instituto milagroso, nadie sabe nunca a quien le tocará.
En cuanto a Nicole, ya camina, con ayuda claro, va a la escuela, y está solicitando para seguir su sueño de ser Arquitecta. ¿Cree que lo logrará? Pues yo sí, apuesto a mi rubia favorita.
Para obtener más información sobre el Instituto Kennedy Krieger o para hacer una donación visite http://helpkids.kennedykrieger.org/ways-give. También pueden enviar donaciones al Kennedy Krieger Institute, 707 N. Broadway, Baltimore, MD 21205 o contactarlos al (443) 923-7300 o a helpkids@kennedykrieger.org.