Desde la cuna de la democracia, en Filadelfia, el presidente Joe Biden encontró su voz y envió un mensaje de alerta a los estadounidenses y al mundo: “Donald Trump y los republicanos MAGA (Make America Great Again) representan un extremismo que amenaza para las bases de nuestra república… las fuerzas MAGA están decididas a hacer retroceder a este país. Retroceder a una América donde no hay derecho a elegir, ni derecho a la privacidad, ni derecho a la anticoncepción, ni derecho a casarse con quien amas”.
Tiene razón el presidente Biden. Aquellos que como el ex presidente Trump, sus candidatos MAGA como Kari Lake y Mark Finchmen en Arizona, Doug Mastriano en Pensilvania o Tudor Nixon y Kristina Karamo en Michigan, y muchos más, están haciendo un terrible daño a la credibilidad de las instituciones democráticas al propagar la “Gran Mentira” del fraude electoral
en 2020. Están jugando con fuego.
Porque no se trata sólo de discursos incendiarios. Tanto el Departamento de Justicia, como los agentes del FBI que catearon la casa de Trump en Mar-A-Lago, han sido blanco de ataques y amenazas de muerte. La violencia política no tiene lugar en ningún sitio. Lo más lamentable ocurre cuando es propiciada por mentiras y desinformación.
Pocos días después del mensaje de Biden, Trump tuvo oportunidad de reflexionar sobre las secuelas de su discurso divisivo, polarizante y engañoso durante un acto de campaña en Wilkes-Barre en Pensilvania. Pero lejos de asumir una posición responsable, repitió el mito de que fue despojado de su supuesto triunfo en 2020, en medio de ovaciones de miles de sus simpatizantes.
Peor aún, Trump prometió –en un lanzamiento informal de su candidatura hacia las elecciones del 2024– que si regresa al poder aplicará medidas drásticas contra los inmigrantes indocumentados, restablecerá su política de expulsión a México de
solicitantes de asilo. Es decir: Si regresa Trump, tendremos más de lo mismo. Insisto en que Biden tiene razón cuando afirma que si un grupo de personas sólo cree en la validez de los resultados electorales cuando gana su candidato, representa un peligro real y presente para las instituciones democráticas. Pero no es el único peligro para la democracia de Estados Unidos.
Estados Unidos padece serios problemas estructurales: comunidades de color en condiciones de pobreza y dependencia, inequidades en el acceso a la salud y a la educación superior, millones de inmigrantes viviendo en la semiclandestinidad pese a ser trabajadores esenciales, más de 100,000 muertes al año por sobredosis de drogas, millones de mujeres víctimas de ataque a sus derechos reproductivos.
Cuando los gobernantes o los partidos son incapaces de ser gestores de las legítimas necesidades y aspiraciones de
las mayorías, el sistema político pierde sentido y legitimidad. Lo vemos en América Latina y en otras partes del mundo. Y no hay garantía de que no ocurra en los países modernos y ricos, pero injustos y desiguales.
Por José López Zamorano
Para La Red Hispana
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