POR ISMAEL CALA
@CALA
Existen dos tipos de seres humanos: los que se dejan vencer por la duda, inmovilizados por el miedo, y los que se proponen despejarla, dispuestos a aprender siempre algo nuevo y a ganar experiencias en la vida. Estos últimos, por lo general, son los más curiosos. La curiosidad es un instinto natural que ha distinguido a los talentos más prominentes de la historia de la Humanidad.
Albert Einstein afirmó: “No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”. Por su parte, Leonardo da Vinci resaltó la necesidad de acercarse a la vida con una curiosidad insaciable, para ir, según dijo, “a la búsqueda continua del aprendizaje”.
Reza un dicho popular que “la curiosidad mata al gato”. Estos animalitos son retraídos y poco sociables. No son tan entrometidos como muchos perros, pero sí muy juguetones y curiosos. Quizás el infeliz minino que da lugar a la frase practicaba la “curiosidad grosera”, un concepto acuñado por el novelista portugués José María Eca de Queiros. Tal curiosidad se inclina por el chisme, por lo morboso, por escuchar a hurtadillas detrás de una puerta. Sencillamente, no aporta nada positivo.
La realmente valiosa es la otra, la que el mismo Eca de Queiros define como “sublime”. Ésa que, dice, “llevó en un momento determinado a descubrir América”. La curiosidad sublime no es dañina ni para los gatos; solo es capaz de matar a la ignorancia.
Los seres humanos nacemos con un don: somos indagadores. De niños damos riendas sueltas a ese instinto, nos sentimos obligados a conocer todo lo que nos rodea; sin embargo, como sucede con la fantasía, ya de adultos vamos perdiendo esa capacidad. Sucede que nos acomodamos y conformamos con lo conocido. ¡Perdemos la curiosidad y nos invade el inmovilismo!
Defiendo la necesidad primaria del ser humano de conocerse a sí mismo, y por eso te pregunto: ¿Has sentido esa curiosidad? ¿Te has interesado alguna vez por saber quién eres en realidad y qué haces con tu existencia? ¿Hacia dónde vas? ¿Cuál es tu misión en esta vida?
Responder a tales preguntas es esencial. Si no dilucidamos las dudas en torno a nosotros mismos, si no somos capaces de curiosear nuestro mundo interior, es muy probable que nunca sintamos curiosidad por lo que nos rodea y suframos las consecuencias nefastas de la ignorancia.
Ser curiosos medidos y sublimes debería ser parte indispensable de nuestro andar por este mundo. Es una manera de experimentar nuevos conocimientos y emociones, de mantener vivo nuestro instinto.
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