La crisis política que resultó en la parálisis parcial del gobierno federal de los Estados Unidos fue temporalmente conjurada por la promesa del líder de los republicanos del Senado, Mitch McConnell, al demócrata de Nueva York Charles Schumer, de someter a consideración una iniciativa de alivio migratorio para los 690,000 beneficiarios de DACA.
Pero el arreglo Schumer-McConnell está sujetado con alfileres, no sólo porque el veterano senador republicano ha incumplido promesas previas, sino porque el arreglo no implica la garantía de que habrá una iniciativa similar en la Cámara de Representantes, ni que el desenlace será aceptado por el presidente Donald Trump.
Es lógico que un arreglo tan anémico haya motivado duras críticas contra Schumer, incluidas de varios legisladores demócratas, porque al final de cuentas, los demócratas aceptaron poner en la mesa de negociaciones el dinero para el muro en la frontera, y sólo recibieron vagas promesas de un voto, sin un resultado claro.
Sólo horas después del arreglo, el director de Presupuesto de la Casa Blanca, Mick Mulvaney, dejó en claro que le tipo de alivio migratorio que el presidente Trump acepté para los «dreamers» dependerá de qué recibe a cambio. En otras palabras, el «amor» de Trump para los «dreamers» tiene un precio.
Aun si fuera entendible que el tema de DACA forme parte de un paquete integral de migración y seguridad nacional, es lamentable que el futuro y las vidas de cientos de miles de jóvenes honorables, dignos y patriotas sea valorado como si fueran fichas en una jugada de poker políticos.
Pero no todo está perdido porque los demócratas aún tienen la palanca de los 60 votos que se requieren en el Senado para aprobar una ley general de gastos. Hay un incentivo para llegar ese acuerdo o de lo contrario el país estará al borde de otra crisis política en las siguientes tres semanas.
Son 17 días de oxígeno para mantener viva la esperanza de un alivio migratorio para todos los beneficiarios de DACA, aun cuando son remotas las posibilidades de que se apruebe una Ley Dream «limpia», como ellos desean, a fin de no solo de obtener una legalización, sino un camino a la ciudadanía para ellos y sus padres.
Con su esfuerzo y su activismo los dreamers han logrado sensibilizar los corazones de una nación. Casi 9 de cada 10 estadounidenses apoyan una solución permanente y generosa para estos jóvenes que llegaron aquí de niños traídos por sus padres.
La portavoz presidencial les recomendó a los dreamers lanzarse a protestar en el Capitolio argumentando que allí está estancada una solución.
La realidad es que el presidente Trump debe ejercer el liderazgo que le corresponde y cumplir su promesa de aguantar el calor político para defender la solución justa y digna que se merecen los dreamers y dejar de pasarle la culpa a otros. El camión de la responsabilidad última tiene su terminal en la Casa Blanca.
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